Sí que ha pasado tiempo, sí.
Como ya sé leer bien, soy capaz de leer mis propias historias y me he reído mucho. Bueno, no con todas, algunas no me hacen mucha gracia; la de la cárcel me sigue dando miedo. Lo que ya no me da miedo es el dragón de mi tío.
¡Ya sé jugar al fútbol! ¡Ya puedo jugar al fútbol con mi hermano Martín y mi tío David! Aunque cada vez que me pongo a jugar, me mandan con los coches, con la bici, a merendar con mi tía, a correr por el jardín o a mojarme con la manguera, al armario de los juguetes, a ver a los perros…
Mi mamá dice que hay días en los que es mejor no levantarse, y yo nunca lo entendí hasta que llegó ayer.
Martín, mi hermano, se ha pasado toda la tarde en el baño. Sí, sí, toooooooda la tarde.
La primera palabra del lenguaje adulto que dije fue calcetín. Nada de papá, mamá, tato o abu, yo quería ser original y aprendí calcetín, pero dicho así: «calcetíiiin».
Lo normal es que yo me esconda y mi papá o mi mamá me busquen. Al principio, ellos me llamaban y yo respondía, y me encontraban enseguida. Con el tiempo, aprendí que si no hablo cuando estoy escondido tardan más en encontrarme. ¡Es lo que tiene hacerse mayor, que vas aprendiendo cosas!
Aunque a veces he tenido dudas sobre cómo me llamo, me llamo Yago. Ahora que tengo un año, tengo las cosas claras, pero he sufrido lo mío. Hubo un tiempo en el que creí que me llamaba cielo o cielito, tesoro o tesorito,
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