El malvado Luthor había puesto kryptonita en la bodega. Cerré el libro y comprobé que se había quedado dormido en su silla.
Le llevé a la cama y, como cada día, con la ayuda del asistente, le acostamos. Tuve mis dudas sobre si habría escuchado la última frase. Tendría que recordarla para saber por dónde continuar al día siguiente. No me sería difícil. Aquella frase, como tantas otras, me conducía a preguntarme qué clase de kryptonita había sido capaz de fabricar mi cuerpo hace nueve años.
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