Las besa con suma conciencia para no equivocarse. Espera. No sucede nada. Había imaginado que era inmediato.
Nerviosa, lo vuelve a hacer. Esta vez, aunque siente asco, intenta que sean besos apasionados. Y espera, pero no ocurre nada. Pensó que sucedería como en los cuentos.
Repentinamente aparece un príncipe zulú, negro como el tizón, medio desnudo y con una lanza en su mano. Al segundo surge otro príncipe, éste japonés, bajito y vestido de samurai.
Ella siempre había creído en príncipes de cabellos rubios y ojos azules. Nunca pensó en exóticos principados.
Es lo que tiene la globalización, nunca sabes de donde vienen tus pedidos online.
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