Por una extraña mutación genética, el elefante había nacido con su rugosa piel rayada. Como si de una cebra se tratara, los colores blancos y negros decoraban su cuerpo.
Las rayas blancas se extendían desde su lomo hasta su espalda. Las rayas negras no eran tan extensas y parecía que invadían el terreno de las blancas.
Las blancas mostraban su superioridad de forma apabullante. Las negras trataban de hacerse fuertes conquistando partes prohibidas.
Ajeno a estas luchas, el elefante se sentía desdichado, sólo en presencia de niños valoraba su diferencia.
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