Comencé a caminar. Aquel sendero me pareció perfecto: cubierto de nieve y rodeado de hayas.
Adelanté un pie. La nieve, recién caída, impoluta e inmaculada, brillante y pura, grabó mi huella. Primero un pie y después el otro, tracé un camino. Tú, a mi lado, diseñabas el tuyo: dibujos paralelos que cada vez se aproximaban más. Hubo un tramo en que tus huellas y mis huellas coincidieron y se hicieron únicas.
Solo un haya en mitad del sendero nos obstruyó el camino. Cada uno lo rodeó por su lado. Nos impidió llegar juntos.
Desesperada, quise retroceder y empezar de nuevo: pretendí borrar tus huellas, solo conseguí ensuciar la nieve.
Ahora, después de un tiempo, todo se ha derretido.
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