Vivir a lo grande de los bienes gananciales. Nunca pensé un existir monótono y anodino. Por eso contraté un sicario: para que acabara con su vida.
Aquel sicario me enamoró desde el mismo día en el que realizó mi encargo: su seguridad, su saber estar, su sutileza en decir las cosas, su finura en ejecutarlas, su limpieza en los trabajos… Me dejé llevar y llegué a casarme de nuevo. Ese fue mi error.
Él no necesitó un sicario para acabar con mi vida.
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