Cerró los ojos y sopló las velas. Nadie aplaudió. No se oyó ninguna canción. Tampoco vitorearon al homenajeado, ni siquiera hubo brindis.
Pidió con todas sus escasas fuerzas que este año, por fin, se cumpliera su deseo.
A pesar de sus temblores, cortó la tarta: cada año más trozos, cada vez más pequeños. Quería que hubiese para todos; eran muchos, demasiados: sus hermanos, sus padres, sus abuelos, sus amigos… se acordó especialmente de su mujer y de los hijos que no pudieron tener. Hubo un trozo, también, para ellos.
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