En la guarde nos han enseñado un juego. Se trata de distinguir tres colores: azul (dicho: «atul»), rojo (dicho: «ojo») y amarillo (dicho: «marillo»).
Tenemos que separar las cosas por colores. A mí me parece un poco aburrido; me gusta más jugar a empujar, a quitar las cosas a los demás, a alcanzar cosas de los mayores… Mi profe, sin embargo, está empeñada en que separe las cosas por colores y se lo ha pegado a mi mamá.
El juego empieza cuando un mayor escoge una pinza de la ropa y tú tienes que averiguar de qué color es. Yo casi siempre digo «atul». Entonces, mi profe o mi mamá, si acierto, dicen «¡bien¡» y aplauden, y yo me pongo contento y aplaudo también. Hay veces (muchas) que no es atul y entonces dicen «¡no!», «¡mal!», y a mí me hace mucha gracia. La única diferencia es que no aplauden. El juego continúa y yo tengo que decir otro color. Digo «¡ojo!» y ellas dicen «¡no!», «¡mal!» o «¡bien!» y aplauden.
A veces, juego solo con las pinzas de la ropa de mi casa. Y digo «¡no!», «¡mal!» o «¡bien!» y aplaudo. Martín nunca quiere jugar, le parece una tontería esto de los colores.
Desde hace unos días mi mamá ha cambiado de estrategia porque dice que no estoy aprendiendo nada: ha cambiado las pinzas por lacasitos de colores. ¡Esto es otra cosa!¡Los lacasitos me motivan mucho más!¡Qué gran estratega es mi mamá!
Ahora, el juego ha cambiado un poco: ella coge un lacasito y me pregunta de qué color es. Si acierto me da el lacasito y me lo como porque me gusta mucho. Si fallo, mi mamá dice: «¡no!», «¡mal!» y se lo come ella.¡Qué morro tiene mi mamá! ¡Se come más lacasitos que yo! ¡Me cojo unos cabreos! Así que tengo que esforzarme por acertar. Para colmo, a Martín ha dejado de parecerle una tontería el juego y tengo que pelearme también con él para conseguir el premio.
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