Ambos éramos personas de costumbres fijas. Ella se sentaba en la misma terraza desde hacía varios años. Siempre a la misma hora y en la misma mesa para poder mirar hacia el mismo lado. Yo, desde hacía seis años, pasaba montado en el autobús camino del trabajo. El semáforo, en rojo, me concedía cuarenta segundos de ilusión y dolor; en verde, contrariaba mi espíritu.
Lo normal es que yo me esconda y mi papá o mi mamá me busquen. Al principio, ellos me llamaban y yo respondía, y me encontraban enseguida. Con el tiempo, aprendí que si no hablo cuando estoy escondido tardan más en encontrarme. ¡Es lo que tiene hacerse mayor, que vas aprendiendo cosas!
Aquella foto había estado allí desde poco después de que todo sucediera. Enmarcada en madera de color cerezo, tenía un tamaño un poco mayor que el resto de las fotos que había a su alrededor, fotos con las que de manera habitual jugaba mi hijo.
Imagínate un bosque. En él vive Julián, su guardián. Cuida de las plantas, de los árboles y de los animales que habitan en él.
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